Invito a quienes hoy gobiernan a nivel local, provincial y nacional a señalar un solo gobierno peronista que haya recortado el presupuesto educativo, ajustado a las provincias o debilitado el sistema de universidades públicas. No lo van a encontrar.
Por el contrario, fueron los gobiernos de Juan Domingo Perón los que consagraron la gratuidad universitaria en 1949, ampliando el acceso a la educación superior a los hijos de trabajadores y sentando una base de movilidad social inédita en la Argentina. Ese hito no fue una consigna: fue una política de Estado que cambió el destino de millones.
Décadas después, los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner profundizaron una verdadera política de federalismo educativo, con la creación de más de 20 universidades nacionales distribuidas en todo el país, llevando educación superior a regiones históricamente postergadas. Durante esos años, el presupuesto educativo alcanzó y superó el 6 % del PBI, cumpliendo con la Ley de Financiamiento Educativo, y se construyeron miles de escuelas en todas las provincias.
Programas como Conectar Igualdad, que entregó más de cinco millones de netbooks a estudiantes y docentes, garantizaron inclusión digital real, igualdad de oportunidades y una mirada estratégica sobre el futuro. No fue un gasto: fue una inversión en conocimiento, trabajo y desarrollo.
Incluso durante el gobierno de Alberto Fernández —que recibió un país fuertemente endeudado tras el macrismo y debió atravesar una pandemia global inédita— no se ajustó en educación ni se abandonó a las provincias. Nunca se fue contra la sociedad.
Sin educación no hay desarrollo posible. Sin federalismo no hay país.
Lo que hoy vemos es un modelo que apuesta a pocos, que ajusta, que recorta y que se sostiene con socios circunstanciales: socios en el Congreso, socios en las elecciones, socios aun cuando declaman lo contrario.
Tal vez puedan ganar alguna elección. Pero cuando la moda pase, la historia será clara: los recordarán como uno de los peores gobiernos de nuestra democracia.
Almeida, Benegas Lynch y tantos otros deberían recordar algo simple: todo pasa en la vida. Cuando dejen sus cargos, recién entonces sabrán —y sabremos— si estuvieron del lado correcto de la historia.
Porque la educación no es gasto.
Es inversión, es dignidad y es futuro.
Marcelo Cresto