Con mochilas al hombro y muchas veces acompañados solo por sus compañeros de ruta, estos pequeños caminan largos trayectos entre pastizales, barro o escarcha, demostrando una fuerza de voluntad que conmueve. En sus rostros hay sonrisas, y en sus pasos, un ejemplo de resiliencia.
Al llegar a la escuela, los espera un grupo de docentes comprometidos, que los recibe con calidez humana y vocación de servicio. En ese entorno muchas veces precario pero cargado de amor, los niños encuentran un espacio para crecer, aprender y soñar. Para ellos, el aula no es solo un lugar de estudio, sino también un refugio ante las duras condiciones del entorno rural.
A pesar de las adversidades, estos chicos y chicas muestran una admirable pasión por el conocimiento y una profunda determinación por salir adelante. Cada jornada escolar es una muestra de coraje, compromiso y esperanza.
La historia de estos pequeños héroes del campo es un llamado a valorar, visibilizar y fortalecer la educación rural, que cumple un rol esencial en el desarrollo equitativo del país. Porque detrás de cada niño que camina bajo el frío para llegar a la escuela, hay un futuro que merece ser acompañado y apoyado.
Por Exequiel Bond